Deslizó la mano con
dulzura entrelazando los dedos por aquella mata de pelo negro, separó
un mechón y se puso a juguetear con él enroscándolo
en uno de sus dedos, creando un tirabuzón perfecto. La melena
de Lucía siempre le había vuelto loco, desde el primer
día que la conoció fue en lo primero que se había
fijado, en aquella cabellera morena y en sus ojos marrones, y es que
Lucía siempre lo había mirado con cierta expresión
de lascivia con aquellos preciosos ojos marrones.
—Vamos, nene, acércate un poquito más —le dijo Lucía atraiéndolo hacia ella—, no voy a comerte.
Miró los labios de ésta
mientras ella hablaba, unos labios carnosos, maquillados con carmín
rojo y brillante como a él le gustaba, Lucía nunca escatimaba en los pequeños detalles y siempre hacía
cualquier cosa por complacerle. La verdad es que no podía
dejar de preguntarse como era posible que una chica como Lucía
se hubiera fijado en un tipejo como él, tímido,
solitario, con escasa vida social <<por no decir ninguna>>
y encerrado, casi de por vida, en su cuarto con la nariz pegada a
aquel ordenador. Se había creado una verdadera vida virtual en
las redes sociales, a salvo de intrusiones, escondido tras un avatar
y un nombre falso; por eso, cuando Lucía irrumpió tan
de repente en su patética existencia, creyó haber
muerto y estar en el cielo.
Los labios de Lucía
seguían moviéndose de forma sensual al hablar, pero él
ya no la escuchaba, tan sólo se dejaba atrapar por aquella
carnosidad roja y excitante. Su polla empezó a hacerse notar
bajo los calzoncillos; sí lo pensaba bien, aquella situación
casi le parecía grotesca, su polla, cada vez más
amoratada e hinchada, mancillando con su roce los calzoncillos que
con tanto cariño le había comprado su madre; pero es
que Lucía siempre conseguía sacar lo peor de él,
lo mangoneaba y excitaba a su antojo, consiguiendo que el animal que
llevaba dentro aullase desesperado con tan sólo mirarla.
La agarró y de un pequeño empujón pegó el
cuerpo de ella al suyo con violencia, la mirada de Lucía
chispeaba y sus labios se deformaron en una sonrisa lujuriosa que a
punto estuvo de provocarle una eyaculación precoz. Acarició
los labios de ella, primero despacio, con cariño, pero,
conforme iba notando la cremosidad del pintalabios en las yemas de
sus dedos, los restregó con más pasión hasta que
corrió todo el carmín por la piel pálida de la
cara de ella. Lucía se introdujo el dedo índice de él
en la boca y lo chupó de tal forma que no pudo evitar
imaginarse que era su miembro el que estaba disfrutando de las
caricias de las mucosas bucales de Lucía. La excitación le hizo flaquear las piernas de tal manera, que tuvo que dejarse caer
y sentarse sobre el blanco y frío inodoro. Lucía sonrió
al verlo sentado y empalmado en en váter y se arrodilló
a su lado.
—Por Dios, mi niño,
que vamos a hacer con esto —le dijo señalando hacia su
palpitante polla—, va a reventar de un momento a otro.
Él la miró
suplicante, la desnudez de ella era perfecta, una verdadera diosa del
sexo a su servicio. Agradeció a Dios, una y mil veces más,
la llegada de Lucía a su vida.
—Por favor... Lucía...
me va a dar algo.
La mano de Lucía
acarició el rostro sudado y tembloroso de él. Sus
dedos, finos y largos, terminados en unas cuidadas y femeninas uñas
pintadas de rojo, a juego con sus labios, empezaron a deslizarse poco
a poco hacia abajo, pasando primero por su cuello, luego,
entreteniéndose unos segundos pellizcando uno de sus pezones
para seguir el recorrido por el abdomen y encontrar el final de su
camino en aquella polla erecta y desesperada. La mano de Lucía
se aferró a ella con fuerza, subió y bajó un par
de veces desde la punta del glande hasta la base de pelo grueso y
rizado, luego apoyó la yema del dedo gordo sobre el frenillo e
hizo unos pequeños movimientos circulares con este.
—Ahora sí, cariño,
te voy hacer ver el cielo —y empezó a mover el brazo con
un movimiento más rápido y mecánico.
Él se dejó
llevar por el roce de la mano de ella en su polla, observó
extasiado las uñas pintadas de rojo, los labios brillantes, el
carmín corrido por la cara y la melena de pelo negro y
largo... Lucía, su amazona salvaje, su lujuriosa compañera,
su amor...
—¡Oh Dios! —gritó—.
Sigue así, amor mío... no pares... no pares... oh sí,
Lucía... pero que puta eres... que puta eres... ¡que
puta eres!
Llegó al clímax
entre estertores y jadeos, se relajó intentando recuperar su
ritmo cardíaco, notó el calor y la humedad en la palma de la
mano, bajó la mirada y observó como el semen se
escurría entre sus propios dedos con las uñas pintadas
de rojo. El recuerdo del reciente orgasmo desapareció dando
paso a la vergüenza y el asco. Se levantó del váter
y se dirigió al lavabo arrastrando los pies para no tropezar
con los pantalones bajados hasta los tobillos. Levantó
avergonzado la cabeza y clavó la mirada en los ojos marrones
que lo miraban desde el otro lado del espejo, sus labios pintados le
mostraron una mueca de desagrado, el carmín le había
teñido de rojo los pelos de su mentón sin afeitar. Se
quitó la peluca con la otra mano y la arrojó hacia a un
lado. Abrió el grifo y metió las manos debajo del agua
fría; un par de golpecitos quedos llamaron a la puerta.
—Hola, ¿qué
haces ahí dentro tanto rato? —le dijo la voz al otro lado.
—Nada, mamá —le
respondió—. Estoy con un poco de diarrea, sólo eso.
—Bueno, ya me parecía
raro a mí todos esos ruidos. Te he dejado encima de tu cama un
paquete de calzoncillos nuevos, he pasado por la merecería de
la señora Antonia y no me he podido resistir... son tan
bonitos y estaban tan baratos.
—Gracias, mamá —le
contestó mientras se frotaba las manos con el jabón.
—Por cierto, hijo, a ver
cuando invitas a comer a esa nueva novia tuya que tienes... cómo
dices que se llama... Lucía ¿no? A tu padre y a mí
nos gustaría conocerla.
—Sí, mamá,
algún día... —respondió mientras observa como
la espuma y los restos de semen se colaban por el desagüe
siguiendo los círculos del agua— ...algún día.